Dice mi dentista que tengo unas raíces (dentales, se entiende) preciosas.
Gracias. El páncreas no está mal tampoco. Los pulmones son también bonitos pero creo, por todo lo que me ahogo, que son algo pequeños. Las arterias y venas son una maravilla, tengo a mi médico de cabecera encantado: “tienes alto el colesterol bueno y bajo el malo” me dijo la última vez que fui a verlo. El corazón… bueno, el corazón está seminuevo: alguna vez lo usé pero sufrió algún rasguño y me dio miedo volver a sacarlo. De vez en cuando sufre alguna taquicardia pero es todo culpa de los ojos. ¡Esos sí que están pochos! No ven ni torta de lejos y de cerca... de cerca ya empiezan a fallar también. La garganta está igual: hecha un asco. Me duele casi siempre, sea cual sea la estación del año o el tiempo que haga fuera. El cerebro no está mal tampoco, eso sí cuando decide que quiere funcionar, porque el muy listillo se pasa largas temporadas de vacaciones y aquí me tengo yo que apañar sin su ayuda (claro que al final la gente lo acaba notando…). Gracias todo a unos buenos (o no tanto) genes.
El papel de embalar que lo recubre ya no está tan bien. Es lo que tiene aprovechar las ofertas de los chinos, que sí sale barato pero al final se nota…
Todo esto es lo que le podría haber contestado, y sin embargo solo me salió un escueto “gracias” y un murmullo en el que se mal entendía “¡será lo único!”.